II


Josefa dormitaba en el sillón del salón, buscando por los cajones había encontrado unos valiums que me dio mi madre hacía mucho tiempo no sé para qué, y aunque no sabía si estaban caducados, le di uno para que se tranquilizara. Tuve la tentación de tomar yo otro, porque mi corazón seguía con el “solo para bombo y platillos”, pero deseché la idea ante el temor de dormirme. Necesitaba estar alerta, y necesitaba tener la mente despierta y encontrar algunas respuestas a la situación.

“Bien, lo primero, lo primero es seguir probando con el teléfono, con el fijo y con el móvil, a ver si contesta alguien” me dije. Con ambas manos marcaba y remarcaba el 112 cada vez que escuchaba el pitido de comunicando, con los dos teléfonos a la vez. Estuve probando más de 15 minutos cuando decidí que era inútil. Puse la tele y ahí logré encontrar alguna explicación. Me quedé con la boca abierta al escuchar lo que contaba Ana Blanco desde un especial informativo de la Primera:

“Repetimos: se ha establecido el estado de alarma en todo el país. Aunque las informaciones que nos llegan son todavía confusas, se confirma que un virus desconocido se ha propagado en la base militar de Santa Bárbara, en Murcia, extendiéndose rápidamente por las poblaciones limítrofes. Se desconoce hasta el momento el número de afectados, por lo que se pide a todos los ciudadanos que permanezcan en sus casas hasta nuevo aviso y que no se acerquen, repito, no se acerquen, a cualquier persona que consideren está infectado.
El virus convierte a los afectados en seres sin raciocinio que atacan a las personas no contaminadas, las muerden y, con esa mordedura, las infectan a su vez, por lo que es imprescindible que no se acerquen a nadie infectado.
Si algún familiar o usted mismo ha sido mordido por algún enfermo, pónganse en contacto con la policía o con su centro de salud más próximo para que puedan ser atendidos a la mayor brevedad.”
“Como si eso fuera tan fácil, cabrones”, me dije recordando mi frustrado intento de contactar con la policía.
“Escuchamos ahora las palabras de Ramón Luis Valcárcel, presidente de la Comunidad Autónoma de Murcia”. Las imágenes que siguieron las vi pero no escuché lo que el presidente tenía que decir sobre el tema, estaba segura que, tras tragarme cantidad de películas y alguna serie sobre los zombies, yo sabía más de lo que pasaba que él. Después el presidente del Gobierno flanqueado por Rubalcaba y Pajín explicaba los motivos de haber establecido el estado de alarma y repetía lo que ya había dicho la presentadora. También dijo que se habían desplazado destacamentos militares a la zona para tratar de frenar la avalancha de infectados.
Un cúmulo de sensaciones se mezclaban en mi cuerpo: miedo ante una situación que no sabía y no podía controlar, rabia, impotencia y asombro, mucho asombro. Aquello había empezado en un cuartel que estaba apenas a 2 kilómetros de mi casa, al borde de la carretera, y yo pasaba por allí todos los días cuando iba al trabajo. ¡Dios, era increíble! ¿Qué habían estado haciendo allí para que ocurriera eso?

En la televisión, imágenes de lugares que yo tristemente conocía, de la carretera que unía el cuartel con mi pueblo y con la ciudad, ahora convertida en campo de batalla de ciencia-ficción. Ni rastro de militares todavía, salvo los que provenían del cuartel y precisamente no se estaban dedicando a salvar vidas.
La policía trataba de aplicarse a fondo en diversos puntos de la carretera, sobre todo en la zona de cruce, pero aquello era demasiado rápido, disparaban a diestra y siniestra sin criterio y me di cuenta de que era más probable caer víctima de una bala que de una mordedura. Era una escabechina, y lo más increíble era que podía verlo en vivo y en directo solamente subiendo la persiana del salón.

Después de las imágenes, una mesa de debate en la que profesionales de la sanidad, la política y las fuerzas del orden intentaban dar su punto de vista sobre el problema. Unos decían que los infectados fueran a un centro de salud, otros que se quedaran en casa, otros que la solución era el exterminio y ninguno sabía nada y todos querían dar a entender que sabían. El caos.

Con la sensación de ser la víctima de una broma brutal, contemplé el salón como si lo viera por primera vez, ordenado, limpio, como si lo que pasaba fuera no pudiera alcanzarlo, como si apagando la tele el problema desapareciera como tantos otros problemas que asolaban el mundo y que por lejanía no importaban siquiera. En el mundo civilizado es muy fácil olvidarte de lo que les pasa a otros, basta con pulsar un botón, hasta que te ocurre a ti.

Tenía que moverme, tenía que hacer algo. En la cocina abrí una cerveza y me la bebí del tirón, deseando que ese poco de alcohol tranquilizara mis destrozados nervios. Observé por la mirilla de la puerta pero no vi nada, la escalera parecía tranquila, tampoco se oían ruidos. Comprobé la comida de la nevera y los armarios, había suficiente para aguantar un tiempo hasta que las cosas se calmaran. “¿Y si no se calman? ¿Y si va a más?” “¡Por Dios, cállate, agorera!” Estaba respondiéndome a mi misma y eso no era una buena señal.
“Bien, piensa, ¿qué hay que hacer? Revisar si todas las puertas están bien cerradas y las rejas en su sitio”. Me puse en marcha. Al vivir en un primero, todas las ventanas que daban a la terraza posterior, así como la puerta, estaban enrejadas. Comprobé la cerradura dos o tres veces, las ventanas las abrí y cerré otras tantas y luego bajé todas las persianas. Por allí iba a ser bastante difícil que entrara nadie. Me preocupaban las ventanas del salón  y el balcón al que también se accedía desde mi dormitorio, esas no tenían rejas. Comprobé que todas las persianas estaban bajadas y me di cuenta con preocupación que si la electricidad se iba nos encontraríamos totalmente a oscuras, aún de día.

Después busqué cualquier cosa que me sirviera de arma en caso de necesidad. Lamenté profundamente no vivir en Estados Unidos y no ser una tiradora de primera, con una casa de papel pero llena de pistolas, y sonreí con ironía al darme cuenta de  que en las pelis casi todas las invasiones alienígenas o ataques zombies se producían en ese país porque para el argumento era mucho más fácil hacer que la “pobre gente” se defendiera. “Aquí va a estar un poco más jodido, nena” me dije.

Mi inventario final, tras revolver todos los armarios y cajones fue: unas tijeras grandes de cocina y otras normales de costura, un cuchillo grande, un hacha pequeña de las que se utilizan en las cocinas para partir la carne, un extintor más bien pequeño y unas agujas grandes de hacer punto. Con esas armas, si entraba alguno, ya nos daba por muertas. Y no era solo yo, en el salón estaba Josefina, una mujer mayor que no podría salir corriendo en caso de necesidad.
“Ay, Dios, no sé cómo vamos a sobrevivir” “Vas a sobrevivir porque es lo que has hecho toda tu vida, imbécil”. Volvía a hablar conmigo misma pero ya no me preocupaba.

Pensé en mis padres y mis hermanos, que vivían en una ciudad alejada unos 40 kilómetros de la mía, y volví a probar con los teléfonos para contactar con ellos. Silencio. Esta vez ni siquiera el pitido de comunicando. Silencio. El contraste con el ruido que venía de la calle era brutal.
“Estarán bien” me dije, “están lo suficientemente lejos como para que hayan tenido tiempo de ponerse a salvo”. Eso esperaba, aunque mirando a Josefina no podía evitar pensar en mi madre, un poco más joven pero ya mayor, y en mi padre, cojo desde hacía muchos años por culpa de la poliomielitis. “Mis hermanos se encargarán de ellos” traté de tranquilizarme. “Lo harán”.

Cuando volví al salón Josefa estaba despierta escuchando las noticias que se repetían en la pantalla. Su cara reflejaba un terror absoluto y mucho cansancio. Me miró.
-       ¿Qué está pasando, Sonia? Dios mío, ¿qué está pasando?
-       No sé por dónde empezar, Josefa –dije sentándome a su lado.
Me cogió la mano y la apretó.
-       Empieza por el principio, me parece que tenemos tiempo, ¿no?
Tomé aire y me dispuse a contarle lo que había visto, lo que sabía y lo que intuía. Eso me iba a llevar bastante tiempo.


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"-¡He gritado y han mirado hacia arriba, y sus ojos estaban muertos!"